Existe algo que no debemos perder nunca, que no debemos ceder ni, mucho menos, menospreciar: nuestros secretos. Nuestro preciado mundo interior. 

Todos tenemos secretos. Y está bien que así sea. Es sano, vital y necesario. No se trata de ir por ahí gritando a los 4 vientos la cantidad que tenemos. Ni mucho menos se trata de hacer una constante oda al mundo personal oculto. Nada de eso. Nada de llamar la atención ni levantar sospechas. 

A ese mundo tenemos que cuidarlo, respetarlo, reservarle siempre un lugar con candado y una sola llave, de nuestra propiedad, claro. 

No ceder ante la tentación de contarlo. Ese es el gran desafío.

Ahora, si lo que tenés son ganas incontenibles de contar un secreto (propio o ajeno) esta es tu anónima oportunidad.